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Susurrando con Daniel Pennac. Derecho número 9: El derecho a leer en voz alta.

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Susurrando con Daniel Pennac.
Los derechos imprescindibles del lector.
Pennac, D. & Jordá, J. (1993). Como una novela. Barcelona: Anagrama.
Derecho número 9: El derecho a leer en voz alta.

“Las palabras pronunciadas comenzaban a existir fuera de mí, vivían realmente. Y, además, me parecía que era un acto de amor. Que era el amor mismo. Siempre he tenido la impresión de que el amor al libro pasa por el amor a secas. Acostaba mis muñecas en mi cama, en mi sitio, y yo les leía. A veces me dormía a sus pies, sobre la alfombra.” Pennac, D. & Jordá, J. (1993). Como una novela (página 158-159). Barcelona: Anagrama.

Hace poco iba en una guagua. Me gusta este medio de transporte: aprendo tanto. Es como un pequeño universo, en movimiento continuo. Había un sitio libre; estaba al lado de una mujer de mediana edad. Estaba hablando por teléfono en voz alta. Lo hacía con su ex-pareja.

Le explicaba que no iba a llamarlo todos los días, que así no se acostumbraría a la separación. También le contó que su hijo, el mayor de cuatro, se había ido de la casa. Que a ella le daba igual. Que se la sudaba. Que ella solo le cobraba 300€ por la habitación y que además le lavaba, le planchaba, le procuraba una comida caliente al día y le daba algo de amor de madre cuando regresaba de hacer las casa del día. Pero que había decidido irse tres bloques más arriba por 400€. Le advirtió que no viniera con el tuper a buscar comida. Si se iba, lo hacía con todas las consecuencias. Que ya era mayorcito. Al final, menos trabajo, que llegaba con la espalda baldaa como para encima estar atendiendo al gandul ese… Que sabía que era su hijo, pero que estaba cansada, harta y con los ovarios hinchados como peras. Que había dejado de ser la criada en su casa, que ya lo era en la de otros.

De esta manera todos nos enteramos de la historia familiar de la mujer en la línea 17 un lunes por la mañana. Una vez que la mujer colgó y reinó el murmullo habitual del motor de la guagua, yo saqué mi libro y me puse a leer en voz alta. Si todos podemos escuchar una conversación, ¿porqué no un extracto de mi libro?

palabras«Señor, por favor, ¿quisiera usted bajar la voz?». ¡Y solo iba por la tercera línea! Este mundo está mal repartido, ¿no creen?

Leer en voz alta es como ilustrar, con las palabras en el aire, la vida. “¿Ya no tenemos derecho a meternos las palabras en la boca antes de clavárnoslas en la cabeza?”, pregunta Daniel Pennac. Y sí, si lo tenemos. Pero esa absurda idea modernista del silencio absoluto para leer, de enterrar la voz y los gestos, está acabando con la lectura en voz alta, y por lo tanto, con el sentido de muchos vocablos.

Yo, por ejemplo, necesito escuchar lo que escribo; necesito que las palabras resuenen y vibren. Tengo que testar si son capaces de moverse de un lugar a otro, de romper la velocidad de la luz o por el contrario, si son modosas y debo eliminarlas. ¿No te ocurre lo mismo? ¿No deseas saber como tus huesecillos vibran cuando entran en contacto con tus palabras, con tu voz?

Si dejamos de leer en voz alta, perdemos:

  • dicción
  • fluidez
  • ritmo
  • emotividad
  • coherencia
  • volumen
  • claridad
  • gesticulación
  • modulación
  • intensidad

¿No te parece demasiado alto el precio por el silencio continuo?

¿Cómo suenan las palabras “silla”, “columpio”, “viento”, “rompeolas”, “más”, en voz alta?

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